Uno de los fines del arte es reconciliarnos con el mundo, hacer de él un lugar de contemplación donde podemos movernos sin tensión. Para lograrlo el artista se basa en su capacidad de transformar la percepción a manera de presentarlo no como deseamos que sea, siguiendo el dictado de los sentidos y la imaginación.
Ese mundo que nos rodea puede resultar hostil, en ocasiones grato y hasta indiferente, pero para el artista es sólo un punto de partida para transformarlo en un paraíso cuya puerta de entrada debe abrir. Las pinturas de Gabriela Aguirre son el umbral por el que nos asomamos a la emoción de contemplar un paisaje desde la soledad , en la ausencia de otros, en la presencia de la luz surgiendo de entre la materia.
A diferencia del paisaje decimonónico, de aquellas arcadias en las que un grupo de figuras aparecían disfrutando de las maravillas naturales a cielo abierto, sobre los campos fértiles, debajo de los árboles, desnudos o convenientemente vestidos, en las obras de Gabriela, la presencia humana se ha fundido en el paisaje, no forma parte de él pero intuimos su presencia como la de un testigo que observa, ve y contempla.
Lejos de plantarnos anta una naturaleza benevolente y pródiga, el pincel de la artista nos coloca ante un horizonte yermo, carente de frutos y maravillas tangibles. Sus cuadros nso entregan únicamente la luz, una iluminación que parece surgir detrás de la tela para dar solidez a la tierra, transparencia al cielo y acaso alguna sombra traslúcida que define la textura del horizonte.
Escapando a los designios de la tradición que hacían de cada pintura un paisaje encerrado dentro de una ventana, la artista plantea sus pinturas como momentos prolongados del ser mas que del estar. No hay adjetivos que definan la situación, tampoco personajes y cosas que den pauta de la acción, lo único que percibimos es la presencia inmanente de la luz naciente o crepuscular y su reflejo. Si los pintores del siglo pasado se concentraron en la impresión de la naturaleza, hoy Gabriela demuestra que su interés es transmitir la esencia de una situación atemporal.
Estos paisajes no pretenden captar una situación fugitiva o transitoria ( como sucede en los paisajes fauvistas ) sino que proyectan un sentido holístico o de totalidad en el que la desesperación propia de nuestro tiempo se diluye entre largas pinceladas rítmicamente aplicadas para dar un orden y dirección a la escena. De los paisajes impresionistas se decía que debían pintarse con la misma rapidez con la que el ojo los veía, en este caso es notorio que cada paisaje guarda un vínculo con una prolongada introspección que se repite obsesivamente con algunas variantes de una tela a otra. La espontaneidad del mundo cambiante desaparece dejando su lugar a la intimidad y el recogimiento. El dictado del ojo sobre la mente desaparece y en su lugar queda la intuición, cualidad tan poética como femenina.
La necesidad de orden, reflejada en el establecimiento de un punto de fuga central, está presente en la unidad de la pincelada como base de la composición. Aunque el tema es el paisaje la finalidad de la artista es transmitir un sentido de la estabilidad y tanto color, como los tonos, y el formato están supeditados al tema tranquilo, hierático y de luminosidad acompasada de toda la obra. Ambas características están relacionadas con la misma causa; lo que vemos son los paisajes del pensamiento.
El hecho de que estas pinturas sean más una superficie pintada que una ventana ilusionista, lleva a pensar en el lenguaje de la pintura como algo que ver en sí mismo. La transparencia lograda en los tonos oscuros, el impacto de las luces son parte del encanto de la obra tanto como su lirica temática. Es por ello que las pinturas carecen de acción alguna, dado que la forma de aplicar la pintura sobre el lienzo es ya en sí misma la acción que guía los sentidos aunque también en cierta forma los engañe configurando escenas netamente pictóricas que carecen de un referente real especifico.
La transmutación de la pintura en representación se produce a unos setenta centímetros de distancia entre el observador y la tela, en una distancia inferior lo que vemos es la vitalidad del pigmento y el óleo, el entramado de pinceladas superpuestas que parecen ajenas a cualquier acto interpretativo. Más allá de los setenta centímetros la figura comienza a concentrarse como la sima de las partes, lo cual facilita la interpretación en lugar de la percepción. El efecto que esta forma de pintar tiene sobre el ojo es el de revelar formas mas que describirlas, el dar vida al cuadro con una representación mínima que logra su máximo efecto al apelar a la memoria más que a la realidad.
José Manuel Springer
One of the objetives of art is to reconcile ourselves with the outside world; to make of it place for contemplation where we can move about unstressed. To archieve this , the artist use his/her ability to transform perceptions in a waythat they are presented to us not as we directly may perceive them but as we wish to, letting aourselves go and be led by what our senses and imagination dictate.
That world surrounding us may seen hostile, occassionally pleasant, and sometimes even indifferent, but to the artista it is just a starting point to be transformed that into a Paradise which entrance door he must open.
Gabriela Aguirre´s paintings are the threshold through which we glance to the emotion of contemplating a scene from solitude, in the absence of others, in the presence of light rising from within matter.
Unlike nineteenth-century landscapes of arcadias where groups of figures appear anjoying the natural wonders in the open sky, on the fertile grounds, undre the tres, bare or otherwise conveniently dressed, in the work of Gabriela, the human presence has fused with the landscape; it is not a part of it, but we can guess its presence, as the witness who observes, sees and contemplates.
Far from situating us before a benevolent and generous nature, the artist´s paint brush situates us before an uninhabited horizon, fruitless and deprived of tangible wonders. Her paintings give us only the light, an illumination that seems to premeate throught the canvas to deliver the earth solidity, the sky transparency, and perhaps a translucent shade that defines the texture of the horizon.
Escaping the stiffness of tradition thet made of each painting a caputures ñandscape enclosed in a window, the artista proposes her paintings as prolonged moments of the being, in the essence, more tan being, in the sense of place. There are no qualifiers to define the situation, not are there characters and things that can serve as the begining of an action, what we can only see is the inminent presence of a ligth that is beginning, or dying, and its reflections. If the painters of the past century focused on doing an impression of nature, today Gabriela shows that her interest lies in transmitting the essence of a timeless situation.
These passages do not attemp to capture a fugitive or transient situation ( as with the fauvist landscape) but to Project a holistic sense or better a sense of fulleness where the restless rush of our times dissolves between long rhythmic strokes producing a sense of order and direction to the scene. Of the impressionist landscapes it was said that they had to be painted at the same speed as the could see them, in this case it is obviuos that each landscapemaintains a link with a prolonged introspection, obsessively repeating itself with a few variations from one canvas to another. The spontanity of the changing world disappears leaving instead a place for intimacy and seduction.
The dictations of the eye over the mind disappear to give away to intuition, a quality so poetic as it is femenine.
The need for order, reflected in the establishment of a vanishing point, is present in the unity of the stroke of the brush as the bais of the composition. Although the theme is the scenery, the purpose of the artista is to convey a sense of stability, Color, shades and formar are dependant of the peaceful, sacred thme full of a rhythmic luminosity thoughout the piece. Both characteristics are related to the same cause, what we see is landscapes of the mind.
The fact that these paintings are more a painted surface tan a illusionist window leads us to think that the language of painting is something to be taken by itself. The transparency archived in dark, shades the impact of lights, are all part of the enchantment of her work as much as the lyrics of her theme. Thats is why the paintings lack any actions, as the manner in which the paint is placed on the canvas is in itself the action that guides the senses, although in a way it also deceives them depictin scenes that are purely pictorial whitout a specific real reference.
The transmutation from paint to image takes palce a distance of seventy centimeters between the observe dan the canvas. At a shorter distance what we see is the vitality of pigment and oil, the mesh of superimposed strokes that seem to be remote to any interpretative act. Beyond the seventy centimeters, a figure begins to take form as the sum of the parts, facilitating its interpretation rather tan making in a mere perception. The effect on the eye of this form of painting is that of revealing the form more than descibring it, giving life to the picture with the minnimum representation. It´s climax of effects is archived by appealing to memory more than to reality.
José Manuel Springer
Hay en la pintura moderna una acumulación histórica que es algo así como la atmósfera en la que piensan, dibujan, pintan y formulan sus proyectos los artistas de nuestra época. En esa acumulación hay un intenso ingrediente crítico y polémico: la discusión, siempre recomenzada, sobre las figuras y la fidelidad representacional, con todo y su lastre aristotélico y académico.
El figurativismo vuelve en forma cíclica, como vuelven sonetos a la práctica poética – pero es una vuelta en una franja más alta, o en cualquier caso diferentes, situada necesariamente en otro lugar, de la espiral histórica.
Los artistas mexicanos, dueños de una tradición moderna muy rica y variada, han recibido, en este contexto de dilatada discusión de principios y procedimientos, un legado amplísimo de libertad que no siempre saben utilizar con provecho, es decir, con felicidad formal y con auténtica vocación de estilo, Gabriela Aguirre sí sabe utilizar esa libertad. Y por ello es una artista plenamente moderna: situada en un punto preciso de su franja histórica, sin deberle nada a preconcepciones o a dictados ajenos a su sólo deseo. Es ella misma tanto más cuanto que por medio de su pintura han conseguido ser todos los auténticos artistas modernos que la han nutrido sin determinarla ni desfigurar su proyecto.
En los cuadros de Gabriela Aguirre hay una ausencia tangible: una curva incesante en medio de la cual una presencia ha quedado desalojada, una persona o un objeto han desaparecido. Queda la vibración de lo que estuvo ahí, pero ese ahí no ha desaparecido en lo absoluto: valles, mares o deslizamientos de colores puros en una mezcla tormentosa y nómada, rodean y guarecen el sitio de esos movimientos de mundo.
La pintora hace sus observaciones con un talante melancólico; por la Forma de una Ausencia consigue invocar el mundo y sus actos de presentación. Para ello, recorre una diagonal en la que reconociendo, como en una casa tomada, las voces extinguidas de las cosas, y los sonidos de las personas y las máscaras (persona: máscara) que aquí estuvieron . Esa diagonal es un dispositivo formador; de una diagonal ausente parecen surgir todas las ondulaciones que se organizan y se conjuntan para producir la oleada de los colores necesarios.
Murmullos: fósiles sonoros depositados en el rectángulo de la pintura. Gabriela Aguirre parce escucharlos todavía y a nosotros nos toca verlos, escucharlos a través de las formas y los colores de estos cuadros.
Dsvid Huerta
There is in modern painting, a recollection of history that seems to be the ambient for today´s artists for pondering, drawing, painting, and visualizing a Project. Within that accumulation of events, an intensive, critical and polemic ingredient is seen, an argument, always recommended about the figures and their loyalty to representation, in all its Aristotelian and academic sense.
Figurism does its come back in a cyclical way, as sonnets have come back to the poetic practice – but the return is ay higher leves or at least in a different level of the historical spiral.
The Mexican artista, owners of a modern tradition, truly rich and varied, have received, in this context of dilated discussion of principles and procedures, a great legacy of freedom that they advantage, that is, with a formal joy and authentic vocation os style. Gabriela Aguirre does know to use such freedom. And it is for than reason that she can be described as entirely modern; precisely situated in her historical strip, not owning herself to preconceptions or to foreing dictations but to her own deep desires. It is in so much that throuht her painting, that she has gathered all the authentic modern artists that have nurtured her without ever determining or deforming her Project.
In Gabriela Aguirre´s paintings there is a tangible absence. The vibration of what was there is felt; but what was there has not completely disappeared; valleys, seas, or just a slide of pure colors in tortured and normal mixtures sorround an shelter the site of those movements of earth.
She observes the world with a certain melancholic countenance; with the Forms of an Absence she sucessfully calls upon the world and its acts of presentation. In that, she takes a lateral path, doing a reconnaissance, as in a house that´s been taken, of yhe extinguished voices of things and the sounds of people and masks ( person : mask ) that were once there.
That path is her forming device; from that absent lateral path spring all those undulations that move around and join each other to produce a wave of just the colors needed.
Whispers: sound fossils stamped on a painting canvas. Gabriela Aguirre seems to hear them still, and us , we get to see them, listen to them, through the shapes and colors of her paintings.
David Huerta
En las conversaciones con Gabriela Aguirre sobre su obra hemos llegado a la conclusión de que la producción de un cuadro sigue siendo un misterio, un azar, que sólo se define por medio de un ejercicio paciente de la mirada. Cada cuadro en esta exposición es un conjunto de trazos que reunidos nos llevan a percibir una estructura visual. Si la obra se quedara sólo en el trazado, el resultado podría ser ambiguo porque no guía al ojo por el contrario lo haría perderse en la superficie de la tela o el bastidor. Una obra de arte cabal es el resultado de una urdimbre y una trama interpretables por un espectador: la relación entre colores, líneas dinámicas y la superficie estática sobre la que acontece la pintura. En la mayoría de las obras de Aguirre, el centro visual del cuadro es el lugar donde se amarran las fuerzas dinámicas de la línea y de ahí se mueven hacia los bordes.
Cada cuadro de esta exposición es una isla de luz. Es un espacio que está fijo, no como una ventana paisajística mas como un haz lumínico, una síntesis de color y tonos. A partir de la superficie blanca de la tela, la artista comienza a plantear un caos de manchas que no llegan a neutralizarse completamente en la mirada, pero que progresivamente llevan al ojo a concretar una estructura visual, la transformación del caos en un orden. En otras palabras, el cuadro es primero una realidad manual llena de materia y texturas.
En particular, en las pinturas de Aguirre la dinámica es tal que la mano va a tomar la dirección, nos aventura en el quehacer artístico y ofrece a la vista la libertad interpretativa suficiente para percibir una sensación. Lo que percibimos en los cuadros son claramente manchas que forman asociaciones libres, llenas de vigor, que abren espacios, crean ritmos y permiten que la vista recorra sin una ruta fija la urdimbre de materias. Llegado el momento, se produce en nosotros la sensación de todo el conjunto, que es el resultado de la suma de las partes y de nuestra propia mirada. Cada quien construye su propio cuadro a partir de la materia que nos presenta.
Se puede decir entonces que existen dos maneras de definir la pintura: como un sistema línea- color manual o una percepción estructural trazo-mancha visual. Esto nos lleva a repensar en el problema de los bordes del cuadro. Puesto que si se trata de una espacio limitado por cuatro lados, surge la pregunta ¿qué es lo que va a dominar la estructura compositiva, las fronteras del cuadro o el diagrama de la composición? Para el espectador el cuadro es una realidad óptica, pero para el pintor es algo más manual, una mezcla manual-óptica. La mano es muy necesaria para la pintura, pero el ojo es fundamental para captar la idea que guía a la mano; las proporciones entre el uso de la materia y de la mirada van a determinar los logros artísticos del artista. Para algunos, la pintura abstracta de manchas, en la que el peso de la mano es fundamental, es aquella donde el azar manual crea la composición, como sucede, por ejemplo, en el caso de las obras de Kandinsky, de Kooning o Gorky . Para otros, la pintura es el resultado de una estructura visual predispuesta, una forma de pensar el cuadro antes de pintarlo, tal es el caso de la escuela rusa constructivista, en la que la composición y el formato (los bordes del cuadro) dominan , esto sucede por ejemplo en la obra de Mondrian, Motherwell o Malevitch.
La pintura de Aguirre resulta de un tenue balance entre ambas tendencias: las manchas y las emblemáticas líneas rojas se combinan en dosis desiguales, a veces con el predominio de la mancha y en otras con el contrapunto visual muy claro de bandas pictóricas que recorren la superficie del cuadro.
Veamos el caso del cuadro que lleva por título Atemporal (2014). El primer proceso de manchado de la superficie deja ver en ciertas áreas de la tela la urdimbre de color cálido intenso recubierta por una trama de tonos ocres y amarillos medios, trazos y raspados de manchas previas que permiten ver espacios blancos de la madera o de la tela, y las líneas de grafito negro intenso que recorren de extremo a extremo los límites del cuadro, formando en el centro un cono visual de lineas oblicuas que van de la superficie hacia la profundidad del cuadro. Atemporal posee varias pequeñas imágenes fotográficas adheridas en collage que están apenas ocultas debajo de veladuras cuya función es romper con la ilusión de paisaje y recalcar la realidad del cuadro como una superficie de luz armada mediante el color. La sensación del cuadro es la de una musicalidad colorística muy emotiva, que yo relacioné desde un principio con la tercera sinfonía de Gustav Mahler, en la que el brillo de la sonoridad de los metales se mezcla con el contrapunto de la sección de cuerdas en esa armonía alegre y vivaz, y a la que Mahler denominó Sueño de una mañana de verano, un título que me parece describe mi percepción total de la obra de Gabriela Aguirre.
Sin duda, nos encontramos ante una obra cabal y autónoma, producto de la conjunción entre habilidad artística y proeza estética que define en lo general las cualidades de el trabajo pictórico de Aguirre. La suya es una expresión emotiva, sentimental, personal e introspectiva de sus experiencias vividas.
El siguiente cuadro que me interesa destacar en esta notable producción es Tsunami (2014), que refleja el poder de la naturaleza y lo hace a través de gruesas bandas azules que dejan una estela de colores mezclados directamente sobre la superficie y con una estaca pintada en rojo profundo, como mudo testigo de la fuerza emotiva que caracteriza a la autora. Hay en esta obra una arquitectura dominante del color, un entramado de vectores diagonales que representan la fuerza de la ola erguida sobre el horizonte entre los tonos ocre y azul profundo de las aguas, que son cruzados de arriba a abajo con veladuras de grises y blancos. Se observa aquí el predominio de la mano sobre la visión, es la mancha la que guía al ojo a someterse al ritmo de las plastas de color hasta encontrar la estructura compositiva. El cuadro se disfruta a la distancia porque deja ver la masa del conjunto de luz y sombra, mientras que de cerca permite observar la riqueza cromática de las superposiciones de veladuras e impastos.
Gabriela Aguirre ha titulado Testigos a las obras reunidas en esta muestra dado que lo que une a las obras es la intención de la autora de presentar su sentir sobre la emergencia que vive la Naturaleza, amenazada por la contaminación, la prevalencia del egoísmo humano, la violencia presente en los medios de comunicación.
Para quien esto escribe, la muestra es un testimonio de la sensibilidad y de la emoción de la artista ante la vida en general y su experiencia personal en particular.
No me cabe duda que en algunas obras podemos percibir esa identidad con el entorno natural, como sucede en ese estado de decadencia y desolación que se observa en Paisaje Herido (2012), en el que la presencia de un árbol seco envuelto en medio de tonos rojos, verdes y sepia, remite a un ambiente arrasado por la violencia del fuego calcinante.
En el conjunto de la obra, no obstante, yo veo un sentimiento de melancolía e ira, mezclados como en una sinfonía de cuatro movimientos, en la que la artista nos presenta argumentos visuales que nos llevan desde la tristeza hasta la asertividad poderosa, las obras invitan a sobreponerse al dolor por medio de la contundencia y la confianza en la creación. El camino del cambio es posible cuando podemos sobreponernos a la adversidad. Así sintetizaría el mensaje de la obra.
En el mensaje de la obra se observa el giro que ha impreso Gabriela Aguirre a la pintura abstracta, al poner énfasis en el efecto estético de la obra sobre el artístico dentro de su producción más reciente. No obstante, renuente a asociar la pintura con un activismo político hoy en boga, la artista encuentra formas de acercarnos a lo anti estético sin por ello abandonar un efecto sublime, con lo cual resume la paradoja en la que vivimos: un mundo dirigido por el interés económico, la utilidad, el derroche y la deshumanización. La pérdida de valor de la vida, la violencia exhibida en los medios como espectáculo y la desconexión de los seres humanos con el mundo está implícita en la alegoría de un mundo hecho de luz y oscuridad.
La combinación de una factura artística fuerte con un tratamiento visual elegíaco da como resultado un canto ante la merma de la vitalidad, este produce en el espectador el efecto de un réquiem sublime por la muerte pero también el reconocimiento del flujo constante de la existencia. Es de esta manera en que los cuadros son testimonio y testigos fieles de la actitud humana ante la vida. Al final, como la caja de Pandora, la pintura nos ofrece una respuesta: la esperanza en la acción de las fuerzas resilentes de la Naturaleza y el humano pueden llevar a su regeneración.
Desde un punto de vista estético, Gabriela Aguirre es una proveedora de experiencias cuya intención es apelar a la sensibilidad estética del espectador. Y aunque la pintura proviene de la genealogía de la belleza, es evidente que los artistas contemporáneos como Aguirre se identifican más con presentar la verdad de los hechos para resistir a la banalización del arte y la cultura. La narrativa, el contenido y el mensaje de esta obra están dirigidos a encontrar presentaciones de hechos y temas controversiales que nos remiten a la dualidad vida-muerte.
La estilización de la decadencia y la muerte es una forma de politización del arte. El deber del artista es rebelarse en contra de lo que se espera del arte. Liberarse de los designios de estos factores le permite al artista trabajar en el aspecto puramente formal del arte, para devolvernos un humanismo consciente de nuestra responsabilidad, una visión en la que los contenidos resultan emotivamente atractivos, pero también dolorosos e inexpugnables, que crean una responsabilidad ética ante lo que sucede en la realidad. Esta es una manera de de demostrar la imposibilidad de proveer una experiencia estética puramente formal en medio del caos que nos rodea. Aguirre demuestra que la utopia arte igual a vida sigue siendo una asignatura pendiente para la civilización de nuestro tiempo.
La gran pieza de resistencia de esta exposición, Testigos (2015), con su majestuoso tratamiento artístico que envuelve un mundo de color atractivo con veladuras de un tono púrpura obscuro, provee al espectador del gozo estético que, sin embargo, refleja el duelo por la desaparición de lo bello. Como un gran telón que se viene abajo sobre un escenario de vibrante luz, Testigos deja caer sobre nuestra conciencia la imposibilidad de ver en la Naturaleza aquello que inspiró a Cezanne para crear sus maravillosos paisajes geométricos: la idea de que el arte podría recrear algo más perfecto a partir de lo natural.
No deja de ser motivo de reflexión el hecho de que la revolución estética del arte del siglo XX inició con la idea de progreso material y de la urbe, mientras que los cuadros abstractos de Aguirre realizados en el siglo XXI emprenden un camino en sentido opuesto: la evolución del arte consiste en mostrarnos la posibilidad de construir un mundo distinto a partir de la reflexión sobre el pasado.
La obra de Gabriela Aguirre atestigua que el arte puede y debe marcar el camino a la renovación del espíritu humano.
José Manuel Springer
La pintura es plataforma artística de expresión de las ideas estéticas de la que resulta difícil escapar. Es un medio seductor, sensual e intelectualmente desafiante, que casi cualquier persona conoce y gusta de interpretar. El trabajo de Gabriela Aguirre es profundamente franco y renovador, ya que la artista es capaz de enamorar a la mirada con su arte, y consigue despertar en el espectador una profunda reflexión. Su pintura es nido de resguardo de los saberes técnicos del arte y es nodo en el que se cruzan preocupaciones puntuales sobre la vida y la Naturaleza.
La exposición lleva el nombre Testigos dado que lo que une a las obras es la intención de presentar un testimonio sobre el sentir de Aguirre sobre diversos temas.
Seguir la trayectoria de esta pintura es un privilegio para la mirada atenta.
Cada cuadro de esta exposición es una isla de luz. Es un espacio que esta fijo en el muro, no como una ventana paisajista mas como un haz de luz, una síntesis de color y tonos. Los cuadros tienen una fuerte factura, llenos de vigor, que abren espacios, crean ritmos y permiten que la vista recorra sin una ruta fija la urdimbre de materias, permitiendo así una libre interpretación.
Por encima de esas manchas y colores existe una poética que se expresa espontáneamente, dejando que sea el azar controlado el que le dicte la partitura visual a ejecutar.
En cada cuadro está implícito el tiempo de reflexión, una secuencia de actos artísticos que poco a poco se sobreponen, se tejen, hasta llegar a ese delicado balance entre dejar que la tela, la madera, los soportes, respiren entre las huellas del acontecer pictórico. Es esta precisión de relojería lo que seduce a la mirada; el saber que viene de la experiencia para determinar cuándo y cómo se concluye una sonata de color y forma, cuándo aplicar este toque de color brillante, dónde dejar los espacios por los que emana la estructura primaria, el fondo, que sostiene a la veladura en la superficie.
Los cuadros se disfrutan a la distancia pues dejan ver la masa del conjunto de luz y sombra, mientras que de cerca permiten observar la riqueza cromática de las superposiciones de veladuras y empastos.
La obra sugiere, invoca y evoca lugares de la memoria, sensaciones que ofrecen un testimonio de lugares arquetípicos de la vida: el bosque, la mar, el cielo, el aire, presencias que han sido arrasadas hasta la entraña por fuerzas desencadenadas por el ser humano o por el paso del tiempo que ha dejado su huella inevitable.
La obra de Gabriela Aguirre atestigua que el arte puede y debe marcar el camino a la renovación del espíritu humano.
José Manuel Springer
Las obras de Gabriela Aguirre son un espacio puramente pictórico donde la dramaturgia de la iluminación desafía al observador a explorar estados emocionales trascendentes. La pintora explora la relación entre dos elementos esenciales de la visión y el sentimiento: la luz y su ausencia. Sus estrategias artísticas integran un orden estético en el que la sombra, la penumbra, el esplendor y la aurora, se perciben a través de constelaciones luminosas en el espacio.
Distinguibles por su particular tratamiento pictórico del claroscuro, los cuadros incorporan contrastes de color en franjas horizontales y verticales, dando forma a escenarios dramáticos, que traen a la mente la obra de los pintores románticos del siglo XIX; mientras que, usando recursos basados en la dirección y ritmo de las pinceladas, las obras más recientes se enfocan en presentar vehementes contrastes de color, más propios de la abstracción lírica moderna.
Dada su amplitud, todos esos recursos pictóricos generan estados de ánimo, sensaciones de experiencias y vivencias trascendentes. Sin embargo, hay cuadros de Aguirre que presentan sutiles gamas de tonos y formas evocadoras de emociones sublimes como la nostalgia, la paz y el anhelo, características de su concepción del arte como medio de expresión genuina del alma.
Esta exposición es un testimonio del talento de la artista para trascender las convenciones modernistas de la pintura autónoma y abordar las dimensiones de lo intangible e inefable. La obra aquí reunida invita a contemplar lo sensible con una actitud renovada, y nos lleva a encontrar en la pintura aquello que nos libera de la imagen del mundo y sus efímeros anclajes.
José Manuel Springer
Viena, julio, 2024.